Brasil está en el peor momento de la pandemia. El presidente Jair Bolsonaro se rehusó a comprar vacunas cuando era el momento de garantizar una oportuna inmunización de los brasileños e insiste en defender el tratamiento precoz que, de acuerdo a los expertos, no es suficiente. Pero, además, complota con la política de aislamiento que, eso sí está garantizado, disminuye apreciablemente el número de casos.
En efecto, con una vacunación extremada y lenta para una población de más de 212 millones de habitantes que se encuentra impaciente, la incidencia es prácticamente nula. Aunque la campaña arrancó en enero, ni siquiera se ha concluido la vacunación del personal de primera línea (médicos y sanitarios) y el ritmo de inoculación de la tercera edad avanza a cuentagotas, en medio de escándalos por estafas a los vacunados (las famosas vacunas de aire que fueron denunciadas hace algunas semanas) y la constatación de que realmente no existe provisión asegurada. Todo esto, a pesar de que Brasil es un país donde se fabrica la vacuna contra la Covid.
Brasil inició en febrero la producción de cerca de nueve millones de vacunas del laboratorio chino Sinovac y recibió insumos para fabricar tres millones del antídoto de AstraZeneca, pero esta producción fue destinada en su mayoría a la exportación.
Existen varios factores para tal descalabro. Primero, la resistencia de la población a las medidas de seguridad. Ciudades como Río de Janeiro han tenido un tiempo corto de encierro, después del cual han vuelto a la normalidad.
Lo segundo ha sido la falta de previsión. En la primera etapa de la pandemia, se instalaron múltiples hospitales Covid que evitaron el colapso sanitario, pero éstos fueron posteriormente removidos y ahora -además de la crisis vivida en la Amazonia brasileña con miles de muertos- muchas ciudades se enfrentan a las carencias de unidades de terapia intensiva e incluso de oxígeno.
Las UCI de 25 de los 27 estados brasileños están con un índice de ocupación igual o superior al 80% -en 15 estados ya están al 90%-, lo que ha provocado que empiecen a escasear estos insumos médicos de vital importancia.
Brasil acumula hasta la fecha cerca de 12 millones de positivos y 293 mil muertes por Covid-19, según datos oficiales.
En los últimos cinco días ha sumado más de 2.400 fallecidos diarios asociados a la enfermedad y las previsiones para las próximas semanas no apuntan a una mejoría.
Todo esto tiene como marco una crisis total de liderazgo político. Bolsonaro se erigió -junto con Donald Trump- en el mayor negacionista de la pandemia, llamándola gripecita, evitando los confinamientos e incluso incitando a no respetar medidas de seguridad.
Hace unos días, en medio del caos imperante, volvió a arremeter contra los gobernadores que piden cuarentenas para detener los contagios. “Sólo Dios me saca de acá”, proclamó frente a cientos de sus seguidores en respuesta a las críticas que lo califican como el peor presidente de la historia brasileña. También ha amenazado con sacar al Ejército para defender la “libertad” de su pueblo. “Están estirando la cuerda: yo hago cualquier cosa por mi pueblo. Eso es lo que está en nuestra Constitución, y es nuestro derecho de ir y venir”, sostuvo.
Lo cierto es que por los desastrosos resultados de la política de manejo de la pandemia -en uno de los países con mejor sistema de salud de la región- ha tomado protagonismo una moción por su destitución. Su manutención en la presidencia, dicen los líderes políticos de su país, es un peligro real para la vida de los brasileños.
Brasil pasa por una difícil hora y sin visos de solución. Mientras sus ciudadanos debaten cómo salvar este momento, el mundo ya considera al gigante de Sudamérica una amenaza global y un invernadero de nuevas cepas.
En el país ya se hacen advertencias sobre el riesgo de no cerrar fronteras con ese país y muchas regiones ya reportan incremento de casos sin que las autoridades se pronuncien al respecto.
FUENTE: https://www.paginasiete.bo/